lunes, 15 de mayo de 2017

Ruta 103 La Fonda Real - Apeadero de Navacerrada

El Ventorrillo por el Camino del Calvario, Sierra de Guadarrama. 

En las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX el Puerto de Navacerrada era un solitario paso de montaña de carretas, diligencias y caballerías (con la estación de tren más cercana en Villalba y posteriormente Cercedilla), siendo el Ventorrillo el último lugar digamos “poblado” por la caseta de peones camineros que trabajaron en la carretera del puerto. 
El Ventorrillo comenzó a tener protagonismo por el año 1903, debido a un grupo de deportistas que se acercaban a la sierra a “patinar” eran los pioneros del esquí en Guadarrama, el Twenty Club (1906), liderados por Manuel González de Amezúa, que se acercaban al Ventorrillo desde Villalba o Cercedilla para deslizarse con sus rústicas tablas. 
Giner de los Ríos llevó a sus alumnos a caminar por la Sierra de Guadarrama que en aquella época una gran desconocida. A principios del siglo XX la Institución Libre de Enseñanza -se fundamentaba en el aprendizaje por medio del paisaje y la naturaleza- utiliza La Casita en El Ventorrillo, un albergue para las colonias de verano donde seguir formando a los jóvenes alumnos. 
El Ventorrillo comienza a tomar auge y popularizarse, siendo la manera más sencilla de llegar a él desde el pueblo de Cercedilla por el Camino del Calvario, nombre que se debe a que se iniciaba junto al pequeño calvario del cementerio (según cuenta Cayetano Enríquez de Salamanca en su libro “Guadarrama”), en una época donde la aproximación duraba varias jornadas en tren y a pie. Este camino se popularizó, siendo un clásico, hasta que el Puerto de Navacerrada comenzó a ser explotado y en 1923 se inaugura el Ferrocarril Eléctrico Cercedilla-Navacerrada, quedando El Ventorrillo como lugar de paso (aislado entre la carretera y el ferrocarril eléctrico), con las viejas construcciones de La Casita, la Estación Biológica Alpina (que cumplió el año pasado los cien años), y las dependencias de las quitanieves para la limpieza de la carretera del puerto. 

Asistentes: 12 
Distancia: 15 kilómetros 
Desnivel: 500 metros 
Duración: 5 horas 30 minutos 

En un día de esa estación del año, caprichosa y voluble con el tiempo, antojadiza, pues lo mismo te dora la piel con un radiante sol como que te la humedece con un enfadado "goterío", se emprende la marcha de los jueves esta vez por la parte del denominado Camino del Calvario. 
Después de un tramo de pista forestal se gira a la derecha para afrontar una subida por sendero que pasa junto a la Casita de las Mariposas y, entre suaves subidas y bajadas, se coge de nuevo otra pista, a veces lisa a veces pedregosa, eso sí, con muchos registros de alcantarillado, que ya en continuo ascenso aproxima al grupo hasta la estación de tren de Navacerrada. 
Entre una fina lluvia y sus ingrávidos vapores como el humo, se pasa lo mismo al lado de una salamandra negra con manchas amarillas, apostada en mitad del camino, como del árbol de la cadena, a la que temporalmente los agentes forestales le aumentan un eslabón, para que no afecte el ensanchamiento del árbol, éste fue regalo de un hijo a su padre. Al alcanzar la estación de tren, las nubes se pusieron a chapotear con más intensidad el agua que llevaban paseando toda la mañana, dejando claro que se estaban aligerando de peso. 
Al coincidir con la mitad del recorrido y dado que era el mejor cobijo que en ese momento se podía encontrar, se aprovecha para tomar el bocadillo y hacer un pequeño descanso dentro de una estancia cargada de historia y recuerdos. Si no todos, casi todos los componentes del grupo, evocan algún sentimiento, de edades más tempranas o más juveniles, de aquel nostálgico tren con asientos de madera y que, a la vez que remontaba lentamente desde el pueblo de Cercedilla hasta las estaciones de Navacerrada y el puerto de Cotos, iba creando las fantasías e ilusiones de quienes, probablemente, vivían esa experiencia por primera vez, dentro de un ambiente poco habitual, por no decir novedoso, de montaña envuelta en frío y nieve durante su época invernal. 
El comedor de la estación, con sus paredes en piedra, doble ventana y una chimenea como foco de calor, todo ello adobado con el olor característico de la leña quemada, invitaba por unos segundos a cerrar los ojos y sentir que, a pesar de los años transcurridos, aún estaba fresca la evocación de ese paso por allí para tener un día distinto, diferente, al pie de las montañas pero en la cima de dichosos anhelos. 
Abandonando ese fascinante encuadre se toma dirección hacia la denominada senda Whitsler y empezar a descender por un bosque de pinos y acebos, con arroyos que atraviesan varias veces el camino a seguir, haciendo que se tengan que salvar sus corrientes con las piedras colocadas a tal efecto. Hecho prácticamente todo el descenso, y en una pradera amplia denominada de la Vaqueriza, se pasa cerca de algunas construcciones de lo que fue un campamento juvenil de tiempos pasados. En los últimos tramos de la marcha algún pino se muestra como feliz mostrando sus piñas florecientes con frutos amarillos como si fuesen mazorcas de maíz. 
El resultado de la mañana fue el de una ruta cómoda, vistosa, variada, con aproximación a la fuente de los momentos agradables vividos en otros tiempos. Día de satisfacción por el ejercicio, por la compañía, por las charlas, por el paisaje, por el sonido y a la vez silencio de la naturaleza, por la estimulación de colores y de olores, por sentir que se estaba sintiendo algo diferente a lo habitual. 



Tino 

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