lunes, 3 de julio de 2017

Ruta 109 La Cabrera (29/06/2017)

La Sierra de la Cabrera es uno de los montes-isla más importantes de la vertiente sur guadarrameña, denominación que se refiere a aquellas elevaciones montañosas que aparecen separadas de la alineación principal. Sus principales cumbres son Cancho Gordo, de 1.563 m y el Pico de la Miel de 1.392 m. La longitud de toda esta formación montañosa es de aproximadamente cuatro kilómetros. 
En términos geológicos, la Sierra de La Cabrera presenta un carácter aislado, producto de una erosión diferencial. Está formada por rocas con dos tipos de granito, de grano fino y grueso, que resultan especialmente visibles en las laderas meridionales. Estas presentan un relieve muy escarpado, con paredes rocosas casi verticales, muy diferente al de la vertiente septentrional, caracterizada por una pendiente más suave. En el entorno de la sierra, aparecen rocas sedimentarias, fundamentalmente calizas, y también metamórficas. 
Desde el punto de vista geomorfológico, el paisaje está conformado principalmente por pedrizas y berrocales, de forma redondeada en las zonas de menor altura y aguda en las cumbres. Hidrográficamente, la sierra es escasa en manantiales y arroyos. En lo que respecta a la vegetación, el melojo (variedad del roble) puebla el llano situado al pie de la sierra. Conforme se gana en altura, este árbol es sustituido por la encina y el enebro. La jara pringosa se adueña del paraje en sus zonas más altas, junto a los berrocales. En relación con la fauna, en la vertiente meridional son abundantes el conejo, la comadreja, la lagartija colilarga, el murciélago común, la paloma torcaz, el mochuelo y la urraca, entre otras especies. La ladera norte reúne poblaciones tanto de mamíferos (el tejón, la gineta y la liebre entre otros), como de aves (el milano real, la codorniz, el carbonero...)
En cuanto a los valores histórico-artísticos, en la sierra de La Cabrera se encuentra el convento de San Antonio, construido en estilo románico, aunque presenta transformaciones posteriores. Fue fundado en el siglo XI o XII y, en el XIV, pasó a formar parte de la Orden de San Francisco, quedando bajo la advocación de San Antonio de Padua. La «Tumba del Moro» es un conjunto de tumbas antropomorfas, situadas en la carretera que une los pueblos de La Cabrera y Valdemanco. No se conoce su origen, pero tal vez pueda tratarse de un enterramiento paleocristiano. Entre las cumbres del Cancho de la Cabeza, se encuentran los restos del Castro de la Cabeza, que se extiende cuesta abajo, a través de terrazas, es probable que sea un poblado ibérico. La Cañada Real de Extremadura discurre por el entorno de la sierra de La Cabrera, de norte a sur. 

ASISTENTES: 12+1 (Ecuán) 
DISTANCIA: 10'500 kilómetros 
DESNIVEL: 600 metros 
DURACIÓN: 4 horas 45 minutos 

A medida que se avanza desde la carretera se va apreciando como se va acercando una pequeña cordillera, la conocida como Sierra de la Cabrera, que será la que hoy, componentes de los dos grupos de senderismo, recorrerán con la expectativa de pasar una buena mañana de montaña, superando sus alturas y recorriendo sus senderos. 
Camino al Pico de la Miel, en poco trayecto, se hace en subida un buen desnivel y, después, a través de canchal, se llega al vértice geodésico como indicador de estar en la cima de ese Pico, tras alguna pequeña trepada, algún salto y más de un agarre en las rocas. Después de haber visto y casi acariciado, desde la altura, un panorama extraordinario, se hace el camino inverso en bajada, con cautela para evitar caídas tropezando en alguna piedra. 
Todos juntos, ya en el sendero, el caminar es ágil, alguna subida y alguna bajada, la PRM-13 (Ruta de Pequeño Recorrido) con sus marcas amarilla y blanca, va definiendo el camino hasta el siguiente destino, el Cancho Gordo, que si no se subió, por falta de tiempo, sí delimitaba el punto de regreso. 
Antes había habido un cruce con cabras y ovejas cuidadas por unos mastines, fieles cumplidores de su cometido, que no dejaban de ahuyentar a quienes veían como intrusos y como amenaza para ese rebaño que cuidaban y que debían entregar a su dueño, sano y salvo, sin ninguna baja. 
Se inicia el descenso, no largo pero sí algo difícil, pues entre la arenilla, las piedras y algunas ramas dificultando el paso del caminante, hacía que fuese lento y costoso el avanzar intentando conseguir no caerse. Una vez superada esta última dificultad, se regresa al punto de inicio a través de sendas paralelas al cordal recorrido en altura, dando la oportunidad de verlo desde otro ángulo con sus tres capas de colores: el verde de la vegetación, el gris de las rocas, el blanco de las nubes y el azul del cielo, de abajo a arriba y bien definidos los cuatro niveles. 
No estaría completa esta crónica si no se mencionase a algún "duendecillo" que, como en todo paraje de ilusión y fantasía, merodeando entre rocas diseñadas por algún genio, hiciese acto de presencia, como sucedió en esta ocasión, y que de principio a fin, lo mismo delante, en medio, que detrás, fue acompañando, a veces hasta dirigiendo, al grupo de caminantes dejando esa estela de alegría que irradia la inocencia y la bondad de un niño. 



Tino

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