Rascafría es un municipio situado en
el Valle del Lozoya, en la zona noroeste de la Comunidad de Madrid, se
encuentra a una altura de 1200 metros sobre el nivel del mar, conserva una arquitectura
popular propia de la Sierra de Guadarrama y dentro de su término municipal se
halla el Parque Natural de Peñalara y el arboreto Giner de los Ríos. Entre
algunos de sus monumentos destaca el Monasterio del Paular, uno de los más
importantes de la zona norte de la Comunidad de Madrid. Su límite sur discurre
por la Cuerda Larga, en donde se elevan las cumbres de Guarramillas,
Valdemartín y las Cabezas de Hierro. Al norte de estas cumbres nace el río de
la Angostura que más tarde toma el nombre de río Lozoya. En él vierten
numerosos arroyos: por la derecha, el Aguilón, Guarramillas, el de los
Cerradillos, el de los Machos y el de la Najarra, que llegan al río a través de
profundas gargantas. Por la izquierda destaca el Arroyo de la Umbría que,
procedente de Peñalara (2430 m), recoge las aguas de los arroyos el Berzal, el
de los Pájaros y el Arroyo del Artiñuelo, que bordea el pueblo. A los numerosos
arroyos y torrenteras hay que añadir las lagunas glaciares de Peñalara.
El nombre de Rascafría deriva de
"rocas frías", en referencia a las nieves de Peñalara, visibles desde
el pueblo. El origen del pueblo se remonta a la Edad Media y se encuentra
ligado a la repoblación de la sierra llevada a cabo por cuadrillas segovianas.
El valle era un territorio libre que fue anexionado por el Concejo de Segovia,
con el beneplácito del rey, mediante el sistema de carta pueblas y ordenanzas.
Estos documentos obligaban a todos los que adquirieran tierras en el Valle a
construir una casa y a tener caballo propio. El Valle pasará a formar parte del
"Sexmo de Lozoya" como unidad administrativa de la Comunidad de Villa
y Tierra de Segovia.
En 1751 su economía estaba centrada
en la ganadería, fundamentalmente lanar, los numerosos prados se complementaban
con algunos cultivos de regadío, frutales y algo de trigo, centeno y lino. Tras
la reestructuración provincial realizada en 1833, Rascafría pasó a formar parte
de la provincia de Madrid. A lo largo del siglo la población aumentó
ligeramente, la economía seguía basándose en la ganadería, pero a finales de la
centuria se había producido un cierto desarrollo industrial. Funcionaban una
fábrica de papel con 30 o 40 operarios, una fábrica de vidrio, tres molinos
harineros y varias serrerías, la más importante de éstas era la Sociedad Belga
de los Pinares de El Paular, fundada en 1840. También en ese siglo se empezó a
renovar la arquitectura local, al sustituirse algunos edificios agropecuarios
tradicionales por nuevas construcciones de carácter más urbano. En 1975 se
anexionó a Rascafría el núcleo de Oteruelo del Valle.
El monumento a los Guardas Forestales
Mirador de los Robledos ( Rascafría) es un homenaje a la Guardería Forestal en
su primer centenario en 1977. Es uno de los mejores puntos del Valle del Lozoya
para disfrutar del paisaje y contemplar lo majestuosa que es la sierra
madrileña. Aquí comienzan varios caminos por vías forestales para practicar
senderismo. El conjunto se completa con un señalizador metálico con forma de
brújula, que indica la dirección en la que se encuentran desde el mirador
distintos hitos de la zona, una especie de reloj con una aguja que con el
extremo de la flecha, te va indicando los picos, collados y accidentes
orográficos que puedes admirar desde allí.
Información extraída de Wikipedia)
Datos Marcha:
Información extraída de Wikipedia)
Datos Marcha:
Asistentes: 14
Distancia: 12'500 kilómetros
Desnivel: 450 metros
Duración: 4 horas
Pueblo de Rascafría, Monasterio del
Paular, Puente del Perdón, Finca del Batán, Cascada del Purgatorio, Monumento
al Guarda Forestal y ayer, hoy, mañana, siempre, vecina de Peñalara, amistad
impenitente.
Matinal de nieve y sol, de frío y calor,
de caminos helados y caminantes con intención de andar para que, cuando hayan
acabado, se vuelva a empezar, para ver de nuevo esos arroyos, ese pinar, ese
cielo azul, ese valle, esas montañas, para calmar el temor de no volverse a
sentir acompañados de una naturaleza tan singular.
Esta mañana fría, pero con tintes ya de
primavera, los catorce asistentes a la marcha la inician a buen ritmo, pero
cuidando de no caer por el hielo habido. En fila, por los surcos hechos en la
nieve, en amena charla, van avanzando hacia un pinar vertebrado de historias,
de empeños, de reconocimiento a la figura de las personas que, aquí y en
similares parajes, dedican su vida a cuidar que no se perturbe ese paisaje.
Te sigo, me sigues, te digo, me dices…a
las cuatro de la tarde sale mi nieto del colegio, quiere que le acompañe, yo
quiero contarle que su yayo, perdón, su abuelo, ha estado andando por el cielo,
perdón de nuevo, ha dado un paseo de sosiego, ha ido hablando con una amiga,
con un amigo, consigo, ha sentido que puede estar a la vez sin ti y contigo,
que una hora pueden ser dos y un minuto...el infinito.
Al pisar la nieve, su sonido, parece un
desfile marcial, pero nada entretiene más que, a cierta edad, se pueda
disfrutar como algo lúdico lo que, en otro tiempo, fue vivido en forma de una
dura realidad.
La fantasía de quien me precede va casi
completa, no se cuántas cosas pueda albergar, pero seguro que por algún lugar
de ella se encuentra, arropadita, la ilusión guardada de algún momento de
satisfacción, de alguna pequeña historia que contará con cierta pasión, con la
alegría de quien ha disfrutado de un día junto al sol.
Andando por la andadura blanca, se acerca
una montaña para decir al caminante: "si te has encontrado a gusto, si has
disfrutado, no te lo quedes para ti, di que yo, de corazón, te he acompañado y
que, gustosamente, me encantaría acompañar a más gente"
Tras un paseo con empeño, sin temer ninguna inclemencia del tiempo, al llegar a los coches, los caminantes se desprenden de su mochila, pero no del recuerdo de haber sentido que, durante algunos momentos, se sintieron como de niños cuando fueron de campamento.
Tras un paseo con empeño, sin temer ninguna inclemencia del tiempo, al llegar a los coches, los caminantes se desprenden de su mochila, pero no del recuerdo de haber sentido que, durante algunos momentos, se sintieron como de niños cuando fueron de campamento.
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