viernes, 16 de diciembre de 2016

Ruta 85 Puerto de Navacerrada a las ruinas de Casaras


Este jueves hemos realizado una de las rutas con más renombre de las que se pueden realizar por la Sierra de Guadarrama, una ruta histórica, cargada del montañismo madrileño y de leyendas curiosas, que excitan la imaginación de quienes gustan de caminar por los senderos montaraces de nuestra sierra. 

En una mañana de nieve y niebla, comenzamos la ruta en el Puerto de Navacerrada, en el límite con la provincia de Segovia y ante la Venta Arias surge una carretera empinada que pasa junto el remonte del Telégrafo. Lleva en una corta tirada hasta la explanada del Escaparate. Bordeando las vallas de las pistas de esquí, hacia el Norte, aparece el camino Schmid, Una de esas arterías que hace fluir la unión entre las dos vertientes serranas: la madrileña al sur y la segoviana al norte. 

Una ruta que, parafraseando a Camilo José Cela en su Cuaderno del Guadarrama (1959), transita por conocidos parajes: “[…] del puerto de la Fuenfría, por los corrales de Navalazar y de Navalviento, por donde se pelean el lobo y el viento […]”

Un poco de historia: 

“Fue el austriaco Eduardo Schmid Weikan quien en 1926 señalizó la ruta que une el Puerto de Navacerrada con el Albergue del Valle de la Fuenfría, del cual llegó a ser guarda. Schmid, era el socio nº 13 de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, creada en 1912, Camilo José Cela, premio Nobel de literatura, le cita en su libro Viaje a la Alcarria” 

Sendero
El primer tramo es muy ancho y desciende suave, dejando de inmediato a la izquierda el circuito de esquí nórdico. Muy pronto también cruza lo que en invierno es El Bosque, una de las pistas de esquí más apreciada de la estación de Navacerrada. En este punto se debería de contemplar todo el valle de Valsaín, pero la niebla de la mañana no lo impide. 

Los abundantes círculos amarillos pintados en los troncos de los árboles impiden perder el rumbo. Con suaves subidas y bajadas se transita por la parte alta de la umbría de Siete Picos, entre extraordinarios ejemplares de pinos silvestres varias veces centenarios. En especial destaca un ejemplar ya seco que se alza sobre la pradera de Navalusilla y bajo el que pasa la senda. 

A los cuatro kilómetros de iniciada la ruta se alcanza una bifurcación. La cartelería la explica. A la derecha, la Senda de los Cospes, variante que tomamos y que nos lleva al cercano puerto de La Fuenfría. 

Ruinas de Casaras
La Senda de los Cospes es una variante más suave, que bordea el lado norte del Cerro Ventoso para ganar el puerto de La Fuenfría. Una vez aquí, descendemos por la calzada romana en dirección a Segovia, hasta alcanzar aproximadamente en un kilómetro y medio lo que venimos buscando, las ruinas de Casaras. 

Otro poco de historia: 

“Felipe II, el «rey prudente», muy aficionado a arquitecturas varias, encargó a uno de sus secretarios, Francisco de Eraso, edificar un refugio en los alrededores del puerto de la Fuenfria, junto al camino descendente hacia La Granja, en el lugar donde además se juntaban las dos Castillas. Y esté contrató a Hernán García, para que en 1565, se le dieran «… las carretas y carros necesarios para la casa de la Fuenfría…». 

Se cuenta que el empeño estaba bien justificado, sobre todo tras el lamentable espectáculo que significó ver a la reina Isabel de Valois embarazada, cruzando por aquella breñas en el mes de mayo, alojándose en las humildes casas de los serranos. Aunque no pudo hacer uso del nuevo edificio hasta 1571, cuando Gaspar de Vega lo terminó. 

Eraso fue a partir de entonces el administrador del lugar, y le dio su nombre, Casa de Eraso, que luego sería a su muerte Casa Eraso, y finalmente Casarás. 

Oleo de la Casa Eraso
Hacia 1639, el pintor Giuseppe Leonardo, reprodujo en un óleo la Casa Eraso y sus alrededores; se puede apreciar a la izquierda la ermita que bordea la calzada romana; a lo lejos como tocando su tejado la fuente de la Fuenfría y un poco más allá la venta de su nombre; al lado de la de la casa real está la cuadra y un pilón para los animales; la mansión tenía dos pisos, separados por una cornisa externa de granito, ascendiéndose al superior por una escalera doble; la figura entre dos ventanas frente al espectador es un reloj de sol; la llanura a la derecha son los terrenos de La Granja y el montículo de pinos detrás de la casa es llamado las Camorcas.” 

Cuadernos del Guadarrama

Camilo José Cela narra las vivencias del “vagabundo” (él mismo) en sus andanzas por el corazón del Guadarrama 

Don Camilo empieza diciendo, “Sentado al borde de los Cerrillos, con los montes enfrente -la Maliciosa, los Siete Picos, con el pico de Majalasna más a la mano, el Montón de Trigo, la Peñota– y el valle del Guadarrama al pie, el vagabundo, ¡que Dios se lo perdone!, se siente esteta y piensa, menos mal que con imprecisión, en los vanos pensamientos que pueblan su cabeza con terquedad…” 

[…] 

“El vagabundo, en el balcón del puerto de Navacerrada, entre excursionistas civilizados y damitas en calzón”, se cuestiona: “Nadie sabe si está bien o mal que los montes se pueblen con las gentes de la ciudad, con las gentes que vienen a tiro hecho y no a la que salte, que sería, al entender del vagabundo, lo conveniente y lo honesto. Pero el vagabundo, que ya se va acostumbrando a no tener la razón y a ir viviendo sin ella, tampoco se decide a pensar que a los montes habría que acotarlos con alambre de espino, para que la gente de la ciudad no se colara […]”. 
Jesús

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